Online

Prefacio.

Aunque no soy de los que cree a pies juntillas en todo lo que está escrito, en algún lugar leí una vez que, para un delincuente que huye de la justicia, la primera premisa debe ser no meterse en más problemas. Suficiente tiene con pasar desapercibido, o desaparecer, como para añadir algo que suponga  llamar la atención sobre sí mismo.

Es un buen consejo. Uno muy razonable.

Aplicarlo requiere no conceder importancia a otros factores, pero la sensatez no es una de las cualidades que suelo cultivar. De hecho, pensándolo fríamente, ¿quién en su sano juicio cometería una falta tan grave como matar a golpes a un tipo, cuando lo que debería hacer es esconderse y huir para salvar el culo?

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Yo debo de ser de otra especie porque, llegados a este punto, podría reproducir con todo detalle mi particular roca: un precioso diamante en bruto llamado Noa Spencer.

 

Capítulo 1

¿Enfadado? Muchos de los que pasaron a mi lado debieron pensar que lo estaba. Mi actitud apuntaba a ello. Aunque para ser sincero era otra emoción, más profunda y visceral, la que me embargaba: los celos.

Durante horas había disfrutado solo de la compañía de Noa pero, desde que empezaron a llegar más compañeros y conocidos, el almacén se convirtió en un hervidero de movimiento y voces a distintos volúmenes. De todos modos, en aquel momento, ya podían haberse desgañitado que no los habría oído. Tenía puesta toda la atención en los movimientos de Sean mientras hablaba con ella. ¿Una tontería? Puede ser, no voy a negarlo, pero si bien a los amigos hay que tenerlos cerca, a los enemigos aún más.

Me molesta muchísimo ese vicio que tienen algunas personas de tocar a su interlocutor. ¡Ni que cogiéndole una mano fuera a oírle mejor! Y para colmo hablaban de nuevo sobre el incidente con César. Hasta comprobé que ella me lanzaba miradas furtivas. ¿Qué había en sus ojos? ¿Culpa? No lo sé. Comenzaba a estar un poco harto de la situación.

¿Quién había ido hasta su cúpula para salvarla? Sí, sí, ya sé que ese ricachón fue quien me avisó, pero ¿quién salió corriendo olvidándose de todo lo demás, hasta de respirar, para ir en su ayuda?

Sentí cómo la sangre me hervía al rememorar el instante en que llegué. Encontrarme a Noa aterrorizada mientras intentaba huir de aquel hijo de perra fue algo que no podré olvidar mientras viva. Dentro de mí saltaron todas las alarmas y ya no pensé en nada más que en destrozarlo por haber intentado hacerle daño. Creo que el simple hecho de saber que se coló en su casa con esa intención me habría bastado para despedazarlo.

No me arrepiento de lo que hice. Lo repetiría, sin pensarlo dos veces.

Nunca he sido de los que hace suyos los problemas del resto, pero Noa es otro cantar. Aunque ella no quiera reconocerlo, su futuro está unido al mío, a mi lado, por mucho que intente convencerse de lo contrario. Porque eso es Sean para ella: una forma para tratar de autoconvencerse de que tiene otra posibilidad.

Tan absorto estaba en los pensamientos que avivaban peligrosamente el fuego en mis venas, que no noté que Zeta requería mi atención, hasta que me golpeó en el hombro con fuerza. Lo miré con cara de pocos amigos pero no se amilanó.

—Por fin emerges de las profundidades —celebró irónicamente sentándose a mi lado, pero sin dejar de mirar también hacia el lugar donde se encontraba la razón de mis desvelos—. Un día te ahogarás en tu propio veneno —añadió.

—No sé de qué hablas —alcé las cejas.

—De eso que casi puede verse chorrear por las comisuras de tus labios mientras los miras.

Por lo general el sarcasmo de Zeta suele hacerme reír, sin embargo, tengo que reconocer que otras veces es realmente molesto y, en alguna ocasión, he estado a punto de patearle los huevos solo porque no sabe escoger el momento adecuado para usarlo. Bueno, en realidad sí lo sabe, pero no le importa.

—No seas imbécil —dije sin concederle siquiera otra mirada pero sin poder evitar que mis ojos regresaran, por una fracción de segundo, a la pareja—. ¿Dónde te has metido durante toda la mañana?

—Fui a mi cúpula. Necesitaba coger algunas cosas para mi hermano —su mirada viajó hasta el niño oriental de seis años que charlaba animadamente con el pequeño grupo de críos de distintas edades.

—¿Estás loco? ¿Y si te hubieran estado esperando?

Zeta se encogió de hombros.

—No ha sido así, ¿no? Además, a diferencia de ti, estoy en plenas facultades. Creo que me habría dado cuenta si algo no hubiese estado bien.

—Supongo que no habrás ido a la mía —sugerí pasando por alto su apreciación con respecto a mi actitud.

—No.

—Bueno. De todos modos no habrías encontrado a nadie y creo que es mejor que los viejos continúen en la inopia con respecto a nuestro paradero.

—Es más seguro —acordó conmigo.

En cambio, la conversación me hizo pensar en la necesidad acuciante de Noa por hablar con su madre. Zeta pareció leerme el pensamiento.

—¿Cómo se lo va a montar ella?

—La verdad es que no lo sé. Y tampoco sé qué es mejor: que consiga hablar con ella, o que no lo haga.

Permitir que Noa mantuviera una conversación con su progenitora podría derivar en problemas a corto plazo. La Corporación ya debía tener interceptado el identificador de la residencia donde estaba. Pero no hacerlo también nos pondría en una situación complicada. Conocía lo suficiente a Monique como para saber que si no tenía noticias de su hija en un plazo razonable removería cielo y tierra para encontrarla. Las fuerzas de seguridad tendrían la excusa perfecta para poner en marcha todos sus efectivos.

—Parece que nuestro destino sigue dependiendo de ella —apunté.

—Habla por ti. A mí me gusta pensar que únicamente lo decido yo. Y tú deberías hacer algo para ser dueño del tuyo. Porque, ahora mismo —dijo poniéndose en pie—, ni tus pensamientos te pertenecen —añadió mirándome desde arriba antes de dirigir un significativo gesto hacia Noa.

Al regalarle uno de mis gruñidos advertí que Lorean había escuchado parte de la conversación y, por su mueca, pude saber que también lo entendió todo. La comprendía perfectamente pues en ese momento yo me encontraba en su misma situación.

No me pasó desapercibido el dolor en sus ojos cuando me miró desde el otro lado de la habitación: me hizo sentir un completo desgraciado, lo reconozco. Sin embargo, poco podía hacer por mitigarlo sin que ella lo malinterpretara. Estaba seguro de que lo haría, sobre todo en esas circunstancias, sin tener a sus amigas cerca.

Es curioso cómo uno puede sentirse completamente solo estando rodeado de tanta gente, personas que hacían imposible que existiera la intimidad en una simple charla; una charla que podía convertirse en un motivo de dolor para alguien; un dolor que te sumía aún más en ese destierro producido por la incomprensión del resto.

Harto hasta de mí mismo, abandoné mi asiento y salí al exterior. Me refugié de la lluvia bajo un precario porche con más fugas que un colador. Allí, al menos, no tenía que soportar el baboseo continuo de Sean, las miradas hirientes de Lorean, ni el silencioso sarcasmo de Zeta. Aunque poco podía hacer con mis pensamientos. De esos uno no puede escapar jamás y quizá sean una tortura mayor.

O eso pensaba hasta que Sean apareció en mi ángulo de visión.

Intenté hacer lo posible por obviarlo, pero me lo puso difícil con su habitual proceder. Odio cuando me miran con lástima.

—Si has acabado, lárgate. Seguro que tienes cosas importantes que hacer.

—Sí, no te equivocas, pero antes tengo que terminar lo que vine a hacer aquí. —Resoplé poniendo toda la intención en que notara lo poco que me importaba—. Tienes que saber que aún no han abierto expediente por las muertes de José y César. Supongo que el objetivo es ganar tiempo.

—¿Tiempo? ¿Para qué?

—Para localizaros e integraros en ARNA. De esa manera todo quedaría como si no hubiese sucedido. Las noticias como esa siempre generan curiosidad y querrán evitar que alguien más se inmiscuya.

Comprobé, por el rabillo del ojo, que Noa se había unido a nosotros en silencio. ¿Creía que iba a machacar a Sean si ella no estaba presente? Tengo que reconocer que ganas no me faltaban, pero soy bastante civilizado.

—¿Se lo has dicho? —le preguntó ella.

—Sí y ya me marcho —respondió Sean—. Volveré en cuanto pueda.

—Gracias —dijo Noa.

El ricachón hizo ademán de despedirse de ella de un modo más…, cariñoso, pero mi gruñido consiguió que desistiera y que el intento quedara en un anodino y desfigurado movimiento de la mano.

—Ya te ha manoseado suficiente —me defendí ante la dura mirada con la que me obsequió Noa.

—¡No ha hecho nada de eso! ¿Quién te crees que eres para insultarme de esa forma?

Justo cuando Noa daba rienda suelta a su enfado, la cabeza de Fred apareció un segundo en el vano de la puerta y, al ver el ambiente tan caldeado, escurrió el bulto de nuevo sin hacer ruido.

—¿Qué miras? —preguntó Noa advirtiendo que yo había apartado la mirada de ella un instante—. ¿Además de insultarme te atreves a ignorarme?

—No te he insultado.

—¡Lo has hecho! ¡Das por sentado que me dejo…! —rugió—. ¡De verdad que no te entiendo! Sean no ha hecho más que ayudarnos desde el principio, ha puesto en peligro su seguridad también y ha demostrado que está de nuestro lado. ¿Así se lo pagas?

—¡Ah, se trata de eso! —dije sabiendo que si captaba el doble sentido serían aún peor para mí.

Pero cuando Noa coge carrerilla, y se sumerge en discutir un asunto, no ve más allá de su propia nariz, así que por fortuna sólo captó el lado inofensivo de mis palabras.

—Pues claro que se trata de eso. Desde el principio te has posicionado como si representara a un enemigo al que hay que degollar. Sin embargo, ha sido gracia a él que tenemos un techo bajo el que protegernos de esta maldita lluvia y comida para alimentarnos. Ha venido hasta aquí hoy para advertirnos de cómo están las cosas.

—Olvidas que te salvó la vida… —dije con ironía.

Me miró por espacio de unos segundos y vi bailar llamas en sus ojos.

—¡Joder, Jared! Es imposible hablar contigo —sentenció antes de darse la vuelta para marcharse.

Pero yo no estaba dispuesto a dejarla ir. No había estado torturándome durante toda la mañana sólo para obtener después su cólera. La cogí de una mano y su brazo se tensó antes de detener su fuga.

—José tenía una hermana en el Sector Amarillo, ¿no es así? —Ella asintió sin comprender—. ¿Qué crees que pasará cuando quiera contactar con él y no lo consiga? ¿Cuántos intentos ha hecho ya tu madre para localizarte? ¿Cuánto crees que tardará el resto en tratar encontrarnos por cualquier medio, sin saber que acudiendo a las fuerzas de seguridad nos ponen en peligro a todos? —hice una pausa solo para continuar—. ¿Y los compañeros que dejamos atrás? ¿Cuánto crees que tardarán en someter a Marla al escáner para averiguar lo que sabe?

La solté y dejé que pensara durante unos minutos. Pude oír el repiqueteo de la lluvia en el desvencijado techo, entremezclado con su respiración, que produjo un ritmo peculiar.

—¿Aún sigues creyendo que Sean va a poder hacer algo por nosotros? —añadí.

—Al menos no se limita a quedarse de brazos cruzados. Ya es más de lo que estás haciendo tú.

Y con esto último volvió a girarse para darme la espalda. Esta vez no traté de impedírselo y entró de nuevo en la cabaña con un airado portazo. Me molestó, pues sonó grosero, pero sabía que una vez consiguiera calmarse entendería que no estaba en las manos del «sabelotodo» salir de la situación en la que nos encontrábamos y que si me había planteado todas aquellas cuestiones era simplemente porque ya estaba intentando encontrar una solución.

Tratar con Noa nunca me ha resultado fácil, unas veces porque yo mismo no estaba en mi mejor momento y otras porque no lo estaba ella. El caso es que, aunque siempre he sido consciente de ese detalle, no puedo asegurar que fuera un conocimiento compartido. En mi contra juega que siempre ha puesto a su familia por encima de cualquier cosa, incluso de sus propios deseos.

Procuraba deshacerme de aquellos cargantes pensamientos para despejarme, y ver con más claridad el problema que en ese momento nos urgía resolver, cuando Zeta se unió a mí, descansó la espalda contra la pared y dejó la mirada vagar a su antojo por el barrizal que había formado la lluvia a escasos centímetros de nuestros pies.

—Tengo que reconocer que, incluso estando jodido, eres capaz de cualquier cosa para salirte con la tuya. Eso es encomiable. Aunque la técnica de insultarla no creo que sea la más adecuada —dijo—. Y nada menos que dos veces, a cual más original, por cierto.

—¿Ahora también te distraes escuchando conversaciones ajenas?

—Creo que me conoces lo suficiente como para saber que no es un pasatiempo, sino mi modo de vida. Ahora soy yo el que se siente insultado. —Compuso un fingido mohín—. Además habéis gritado tanto que no he necesitado esforzarme mucho. Ni yo, ni el resto de la gente que hay adentro.

Resoplé agobiado. Ciertamente, no tener ni un ápice de privacidad era un verdadero coñazo.

Me disponía a dar una vuelta por los alrededores, a pesar de la lluvia. No me importaba mojarme un poco la cabeza si para evitarlo tenía que volver a entrar en busca de una gorra, cuando advertí que Zeta llevaba consigo una pequeña bolsa colgada del hombro.

—Necesito que me lleves —explicó en el momento en que alcé una ceja interrogativa—. Esto de no tener transporte es una mierda.

—Vamos.

—¿Así? ¿Sin preguntas?

—No me importa adónde vayamos mientras pueda estar unas horas lejos de aquí.

—Pues no se hable más.