Conspiración en la noche
Prólogo
—«Sistema activado.
»Penetrando en el hemisferio izquierdo.
»Penetrando en el área de control perceptivo.
»Localización de almacenamiento de datos.
»Inicio de la función de sustracción. Proceso al veinticinco por ciento…, cincuenta…, setenta y cinco… Función finalizada.
»Preparación de la inserción de nuevos datos…
»Insertando… Proceso terminado.
»Penetrando en el hemisferio derecho…
»Localización de nueva área de recepción de datos sustraídos.
»Sistema de reinserción activado.
»Inicio de la función de almacenamiento de datos.
»Insertando. Proceso al cuarenta por ciento…, sesenta… Proceso terminado.
»Retirando instrumental.
»Constantes vitales de la paciente, estabilizados: ritmo cardiaco moderado y regular, respiración normal.
»Desactivando sistema.
El Sistema Invasivo Neuronal, o SIN, había realizado un buen trabajo. Sus ojos cansados observaron cómo, con movimientos fluidos, controlados mecánicamente, aquel inmenso chisme regresaba a su posición de descanso y se iban apagando cada uno de los pequeños diodos LED que parpadeaban hasta ese momento. Sólo existían dos en todo el mundo y ambos habían sido diseñados y creados por su raza. Un departamento entero del centro de investigación se dedicaba únicamente al desarrollo y mejora del modelo original. El otro ejemplar, se erguía ante sus ojos.
La idea que motivó a su creador fue conseguir algo con lo que modificar la memoria de los humanos que habían tenido un contacto directo con los licántropos. De sobras era sabido que sus patrones mentales eran mucho más simples. Sólo cuando el modelo de prueba fue construido se pensó en un gran y serio abanico de posibilidades para la aplicación militar de su raza.
Hacía años que no realizaba en persona ninguna intervención y sólo se dedicaba al control desde la zona acristalada superior. Pero esta era especial, sentado a varios metros, frente al panel de control, para no estorbar el movimiento de la máquina, había logrado echar al par de operarios que apoyaban al técnico en su función, siendo el único para manejarla. Si no hubiera sido por la camilla y el potente foco que iluminaba el cuerpo que descansaba sobre ella, así como la presencia de SIN, aquella sala habría podido confundirse con cualquier celda de reclusión de un manicomio.
Cuando recibió la orden de efectuar la intrusión en el cerebro de la hembra, se había negado rotundamente. El procedimiento aún estaba en experimentación, no era del todo seguro. Podían haberse dado miles de situaciones críticas en las que, sin duda alguna, ella hubiera perdido la vida o, quizá, terminado en estado vegetativo.
Y aún no estaba fuera de peligro, tendrían que pasar varios días hasta saber si había sufrido alguna merma tanto en su actividad cerebral como física.
La conocía, como tantos otros. No existían tantas Puras como para pasar desapercibida. Pocas nacían y menos aún llegaban a la edad adulta. Pero además, aquella hembra en particular era especial.
Nacida de otra Pura y un Híbrido, Selenia era, dentro de su rango, de las más fuertes, ya que no podía existir ser nacido entre dos Puros. Precisamente esto fue lo que alegó en contra de aquella práctica cuando recibió la orden. Las hembras puras escaseaban y sólo ellas tenían el poder de concebir un Dominante, en el raro caso de que decidiera aparearse con un Original y los dioses concedieran su beneplácito, algo que ocurría una vez cada varios siglos. Y nunca los antiguos escritos hablaron de una Dominante hembra.
Otro de los inconvenientes de la maldición: a mayor pureza, menor posibilidad de reproducción. Ese era, y no otro, el motivo por el que la pocas Puras que existían decidieran probar suerte con licos de rango inferior, prefiriendo a los Híbridos para emparejarse. No obstante, esto tampoco proporcionaba la seguridad de la concepción, aunque sí un mayor porcentaje de éxito.
Como licántropos de increíble fuerza y capacidad para soportar el dolor, las Puras que dejaban de lado su instinto de reproducción, solían formar parte de grupos de seguridad que velaban por el buen funcionamiento del sistema, cuidando de mantener el orden entre las diferentes manadas. El propio Consejo controlaba su nacimiento y guiaba su formación para asegurarse que en el futuro, al alcanzar la madurez, fueran situadas en los diferentes departamentos para los que demostraban más aptitudes.
Según su expediente, así fue como Selenia, finalizada su instrucción en Sicilia, su tierra natal, fue trasladada hasta el centro neurálgico de la raza, en Estocolmo. Gracias a su inteligencia despierta y la superioridad que manifestaba en técnicas de combate, terminó liderando un grupo de élite en muy poco tiempo, que cuidaba de la seguridad en las más altas esferas del Consejo.
Recordaba perfectamente cuándo la vio por primera vez, hacía unos tres meses, recién llegada. Apenas llevaba acomodada en el complejo un par de días y ya caminaba por las instalaciones con el aplomo del más veterano.
Su figura sinuosa, el largo pelo azabache hasta las caderas y su rostro en el que resaltaban, bajo el flequillo, el profundo color negro de unos ojos que brillaban como dos esferas ardientes y unos voluptuosos labios sugerentes que despertaban el deseo de los machos y los celos en las hembras, no permitían que pasara desapercibida. No existía un punto intermedio cuando se trataba de lo que Selenia provocaba; admiración o envidia.
Incluso en aquel momento, mientras la miraba reposar inconsciente sobre la mesa de operaciones, su aspecto demostraba una sensual tendencia a la arrogancia. Pero no en el sentido negativo de la palabra; Selenia sabía perfectamente donde estaban sus limitaciones. Aunque, hasta el momento, no se le conocía ninguna.
Su forma de tratarlo jamás reveló que le interesara más allá de una buena amistad, sin embargo, para él seguía siendo difícil, igual que para muchos, no pensar en ella como en la licántropo idónea con la que formar una pareja. Por eso, en aquel momento la preocupación por su bienestar conseguía que no pudiera pensar en nada más. Desde el día en que se conocieron supo que jamás podría negarle nada y ella contaba con eso. Fue a él a quien eligieron para ayudarla y jamás tomaba una decisión sin estudiarla concienzudamente. «No le fallaría», pensó mientras apretaba con fuerza el teléfono móvil que le había proporcionado una hora antes.
Capítulo 1
Estocolmo. Veinticuatro horas después.
Antes de abrir los ojos supo que aún era de día. Los rayos del sol tardío entraban por alguna parte e incidían directamente en su cara. Sentía la suave calidez de su caricia y durante unos segundos observó el tono rojizo del interior de los párpados. En ese mismo momento el dolor hizo su aparición; le atravesó la cabeza de punta a punta, de atrás hacia adelante y consiguió que deseara volver a estar dormida.
Se concentró y enfocó todo su poder sobre él; tomándolo como el enemigo al que le enseñaron a vencer para reducirlo hasta eliminarlo. ¡Bien!, siempre había sido buena en eso.
Otro tema era el caos que existía en su mente.
Abrió los ojos.
El techo metálico y ondulado fue la primera imagen que recibió. Moviendo los globos oculares su campo de visión se amplió. ¿Una furgoneta? ¿Qué demonios hacía en una furgoneta?
Su mirada voló hacia sí misma. ¡Gracias a Dios estaba vestida!
Generalmente recordaba sus correrías después de haber pasado horas en su forma animal, pero debía reconocer que otras veces… Otras veces simplemente no tenía ni idea de lo que había estado haciendo. En alguna ocasión despertó incluso en medio de situaciones algo comprometidas. Pero era una hembra de recursos y siempre salía airosa.
Aunque aquella, desde luego, no era su ropa. Lo peor es que tampoco logró recordar cómo se había hecho con ella. No reconocía el tejano, la camisa ni la cazadora con la que iba vestida, aunque indudablemente eran de su talla, al igual que las botas de caña alta y tacón grueso que calzaba.
Todo estaba muy bien pero ¿cómo había llegado hasta allí? Buscó en su mente. De nuevo sintió como si su cerebro fuera atravesado por un fino hilo de acero que la hizo apretar los dientes. Ignorándolo, siguió en la búsqueda de respuestas.
¿Qué había hecho en los últimos días? ¿O eran semanas?
Lo primero que acudió a ella fue la noche que pasara con Bjorn. Muy atractivo, con buena labia y mejores músculos, de los que solían llamar su atención. Pero desgraciadamente para él, demasiado simple entre sábanas. Salió de su apartamento en cuanto notó que dormía, calificándolo como “promesa incumplida”.
Despacio, intentó incorporarse, no podía pasarse todo el día tratando de averiguar qué demonios le ocurría.
Una vez consiguió sentarse, pudo ver una mochila y un casco a sus pies. Quizá allí encontrara las respuestas que su mente le negaba.
El interior de la bolsa reveló una tarjeta de acceso a no sabía dónde con el nombre impreso «Doctor Larsson», un juego de llaves, varios enseres que siempre llevaba consigo y un iPhone.
Cogió el casco entre las manos. Al levantarlo, un par de guantes cayeron produciendo un suave golpe sobre el metal. Intrigada, investigó uno de ellos y sus dedos toparon con otra llave.
«Un trabajo», se dijo mientras la observaba brillar sobre la palma de la mano. Todo aquel montaje tenía que deberse a ello. Reconocía el modo de proceder de su gente. Pero que el demonio se la llevara si recordaba el objetivo.
La pantalla del teléfono móvil se iluminó al sonar; tres estridentes pitidos que arrancaron tres sonoros tacos de sus labios mientras se llevaba las manos a las sienes. Lo cogió con la intención de estamparlo contra el salpicadero del vehículo, pero se contuvo. Un mensaje, un maldito mensaje automático. Pero ¿de ella misma?
De: Selenia II
“Tranquila. Tardarás aún unas horas más en sentirte recuperada del todo, has pasado por una operación delicada. Este mensaje te lo has escrito antes de que todo empezara. Pero vamos a lo importante. Como ya habrás notado, esto va de trabajo. Pero no uno cualquiera. Las llaves son de un apartamento en Galam Stan. La moto, es de alta cilindrada, una Ducati Superbike 1098 roja, aparcada justo al lado de la furgoneta. Objetivo: «foto de archivo adjunta». Esperar órdenes. Nombre en clave para la operación: Ragnarok.”
Tocó levemente para descargar el archivo. La fotografía mostraba el primer plano de un macho de cabello largo y dorado, sonrisa enigmática y ojos de un verde luminoso que la miraban directamente. Tenía todo el aspecto de un vikingo del siglo XXI. El tipo posaba para la foto con total naturalidad. ¿Quién demonios sería?
¿Qué más daba? En realidad no importaba lo más mínimo. Era un trabajo, un objetivo, seguiría las órdenes que recibiera y no haría más preguntas.
De todas formas, tenía que reconocer que era un bocado muy atractivo, de los que una vez probado, apetecía repetir hasta sentirse saciada por completo.
Guardó de nuevo el iPhone en la mochila, agarró el casco y salió al exterior. La Ducati estaba allí. La acarició suavemente; preciosa. Se enfundó los guantes y sujetó la melena antes de protegerse la cabeza, montar sobre ella e introducir la llave en el contacto. ¡Sí, vamos, nena! El motor rugía como una bestia enjaulada durante mucho tiempo. Sonrió. Metió la marcha y salió disparada del aparcamiento mientras se preguntaba si la sonrisa del macho sería de las que cumplía todo cuanto prometía.
Rebel se paseaba de un lado a otro de la habitación en la que se había citado con Fenrir. La operación Ragnarok ya había comenzado y sentía en su interior el cosquilleo de la anticipación frente a lo que estaba por venir.
Si alguien, el día en que aquella escoria que ahora se hacía llamar Alfa de Inglaterra y sus acólitos le desterraron de su patria, le hubiera dicho que escasamente un año después podría vengarse, probablemente no lo habría creído. Pero por fortuna para él, y lamentablemente para ellos, así era.
Gracias a la posición de poder que tuvo junto al anterior Alfa inglés, Wild, había tenido acceso ilimitado a mucha información interesante. Datos que en manos de cualquier otro, con menos experiencia en temas políticos y militares, no hubieran servido para nada. Pero él sí supo cómo hacer buen uso de ellos. Sobre todo para localizar a aquellos que le ofrecerían la oportunidad de hacer las cosas bien.
En el pasado confió en el proceder de aquel par de extraños Infectados, Romulus y Remus, al pensar por error que serían la vía perfecta para conseguir sus objetivos. No lo hacían del todo mal, pero ahora sabía que los gemelos fueron simples aficionados comparados con Fenrir.
El Dominante controlaba la situación de una manera formidable. Estando situado entre la flor y nata del Consejo, podía mover hilos con los que otros sólo podían soñar.
Recordó el día en que al fin consiguió entrevistarse con él. El muy hijo de perra era listo y puso en su lugar a otro lico de confianza para recibirlo, vestido con la túnica que solía usar, mientras él escuchaba toda la conversación protegido por un cristal que, por su lado, era un simple espejo decorado con un suntuoso marco dorado. Solo cuando estuvo seguro de que iba en serio y expuso el trato, Fenrir reveló su escondite transformando el espejo en una transparente ventana.
Únicamente en el momento en que lo vio se llamó idiota mil veces, ¿cómo podía haber tomado al primero por un Dominante?
Pocos eran los afortunados que habían tenido delante a uno de ellos. Apenas pudo verle el rostro envuelto en sombras, pero sus ojos… ¡Por todos los infiernos! Jamás podría olvidarlos. El poder que desprendía era patente en toda la sala. Se movía con la tranquilidad y la fluidez que otorgaba la inexorabilidad. Le habló sin pronunciar palabra, mediante lo que podría llamarse una conexión mental, conviniendo los pros y los contras de su colaboración.
Desde entonces, habían vuelto a reunirse varias veces, siempre en la más absoluta clandestinidad.
La puerta se abrió y la figura de Fenrir, como siempre encapuchado, entró en la estancia y la llenó con su increíble carisma.
—«Buenas noches, mi señor» —se dirigió a él mentalmente pues sabía que era la mejor forma de hacerlo.
—«Buenas noches, Rebel. ¿Te han recibido los míos como mereces?».
—«Desde luego, mi señor» —asintió levemente con la cabeza, pero sin apartar los ojos de él aunque éste no lo mirara.
—«Me satisface saberlo. Hoy en día es imprescindible poder confiar plenamente en que tus subordinados cumplirán con su cometido tal como se espera de ellos».
—«Estoy seguro que ninguno de los que te sirven osarían contravenir una orden tuya».
—«Te sorprendería saber con qué regularidad no lo harían si no fueran controlados debidamente». —Fenrir al fin lo enfrentó—. «Y bien, ¿qué noticias me traes?».
—«La operación Ragnarok ha comenzado sin incidentes. El grupo destinado pronto contactará con la enviada para conseguir su total infiltración entre el enemigo».
—«Magnífica noticia, Rebel. Infórmame de todo en cuanto suceda para proceder a iniciar la segunda fase del plan».
—«Por supuesto, mi señor».
Varulf entró en el “Latin Kiss”, local del lico eslavo, quitándose la cazadora. Allí siempre hacía demasiado calor. Comprobó que todo estaba exactamente igual que la última vez. El mismo aire viciado, la misma decoración ajada y pasada de moda, incluso las prostitutas que, sentadas al fondo del local esperaban a la clientela, guardaban cierto parecido físico con las antiguas. La música de los Latin Kings sonaba a un volumen que permitía hablar, pero que también impediría oír a quien no estuviera incluido en la conversación.
—Comenzaba a pensar que ya no vendrías, ruotsi.
—¿Me echabas de menos? —Sí, también Davor seguía ofreciendo el mismo aspecto con aquellas camisas hawaianas que acostumbraba a llevar. ¿No se suponía que los homosexuales sabían vestir? ¿O solo era un mito?
—Es agradable volver a verte por aquí –respondió sonriéndole coqueto y agitando las pestañas.
Los pómulos altos y la anchura facial del licántropo, característicos de su origen, dotaban al rostro de una apariencia demasiado ruda. Para compensarlo, se había dejado crecer una muy femenina y larga melena castaña con reflejos cobrizos, que ocultaba la cuadrada mandíbula. Los ojos azules se movieron inquietos mientras, cruzado de brazos, se apoyaba en la barra.
—¿Tienes lo que te pedí?
—Toma un trago mientras voy a buscarlo —dijo y abandonó su postura inicial para colocar frente a él un vaso y una botella de vodka.
Varulf lo miró con una ceja arqueada.
—¿Crees que emborrachándome conseguirás algo?
—Nunca se sabe, querido. Nunca se sabe. —La respuesta le arrancó una sonrisa.
—Eres demasiado feo, hermano —dijo mientras observaba como Davor desaparecía al final de la barra.
Miró el licor pero no hizo movimiento alguno para llenar el vaso. Cuando volvió a girarse para encarar el local casi vacío, sus ojos se toparon con una mujer escasamente vestida, de rasgos latinos y mirada penetrante, que se pegó a su cuerpo sobándose los pechos, para ofrecerselos.
—Eh, guapo, ¿quieres pasar un buen rato? —preguntó frotando las caderas contra su sexo.
Varulf en seguida sintió los primeros síntomas de excitación.
—¿Cuánto?
—Si lo que se esconde bajo tus pantalones es real, te lo hago gratis.
—Te sorprenderías —respondió con la voz varios tonos más graves.
—¡Eh, zorra! —exclamó Davor, quien portando un voluminoso paquete en forma de arco, volvía del lugar al que se había marchado—. ¡Quita tus asquerosas manos de mi hombre!
La mujer se separó de él con desgana y clavó sus pupilas azules sobre el propietario.
—Que te jodan, cerdo —le insultó antes de volver a mirar al sueco.
—Quizá en otra ocasión —sonrió este.
—Cuando quieras —contestó ella antes de lanzarle un beso.
—Esas hijas de perra… —murmuró el dueño mirándola con verdadero odio.
—Hacen su trabajo y…, lo hacen muy bien —añadió al sentir la potente erección apretada contra la cremallera.
Cogió el paquete, sopesándolo. Bien, era ligero tal como esperaba. Sacó el precio pactado en metálico y lo dejó sobre el mostrador.
—¡Bah! Sólo son mujeres. Cuando me pruebes dejarás de pensar en ellas —aseguró Davor atraído por el bulto de la entrepierna del sueco.
—Creo que ya lo hemos discutido, Davor. Eso jamás pasará —dijo antes de encaminarse hacia la puerta.
—Lo sé, pero ya sabes lo que dicen… no solo de pan vive el hombre.
—Tú eres lo menos parecido a uno, Davor. Pero sigue soñando. Sueña y deja de mirarme el culo.
En el exterior, el aire fresco consiguió reanimarlo. Los días eran mucho más largos y la luz del sol alcanzaba las horas nocturnas. Caminó despacio disfrutando al sentir el viento en el rostro. Aún faltaban algunas horas para que oscureciera y ya eran evidentes las muestras de trapicheos en las esquinas, para aquel que estuviera atento o interesado en la mercancía.
Sentía el cuerpo tenso y entumecido. Demasiado tiempo sin actividad atrofiaba los músculos. Odiaba esa sensación. Quizá debería haber aceptado la oferta de la prostituta, una buena sesión de sexo lo hubiera animado.
El aburrimiento era insoportable. Desde que dejara Londres, hacía casi un par de meses, recibía noticias de que su querido competidor estaba preparando algo, pero lo que fuera aún no se había dado a conocer. Quizá tuviera que tomar la iniciativa y atacar. De hecho, la idea cada vez le parecía más atractiva.
Debía reconocer que ese hijo de perra tenía una ligera idea de con quién estaba tratando.
Fenrir sabía de su pequeño inconveniente para leer las mentes, sólo podía hacerlo cuando conocía el rostro del interesado y estando a cierta distancia. Siempre que había intentado buscar en la mente de alguien cercano a su contrincante, encontraba simplemente la imagen de un encapuchado y unos ojos encendidos, nada de rasgos faciales. El maldito Dominante se cuidaba de no ofrecer tal información a nadie.
En ese sentido estaba en desventaja. Pero, algún día cometería un error. Sólo era cuestión de ser paciente.
El problema en sí radicaba en que la paciencia y él no se llevaban demasiado bien. El ejemplo perfecto fue la forma en que se cargó al enlace que utilizó el Consejo con el Infectado que pretendieron poner en el lugar de Amarok.
Se coló en su mente para tratar de absorber toda la información posible, accediendo a su memoria. No tuvo tiempo ni disposición para dialogar con él y conseguir traer sus recuerdos a un nivel de pensamiento más superficial para que la invasión no fuera tan agresiva.
Consiguió los datos, sí. Pero el muy flojo reventó en pocos minutos.
«Bueno», se encogió de hombros mentalmente, como Edison y sus fracasos al tratar de inventar la bombilla, descubrió otra forma de matar sin usar las garras. Desde luego, la cabeza le resultó muy útil, sonrió travieso.
Lo mejor sería ir pensando en trazar un plan de acción, después de todo aquella misma tarde tenía una cita en Kulturhuset con el licántropo que lo ayudaría a alcanzar su objetivo, según le habían informado sus contactos de confianza.
Ellos, una escasa minoría que apoyaban su causa, estaban demasiado involucrados en el Consejo como para realizar nada que llamara demasiado la atención y él tampoco deseaba ponerlos en peligro. Obligarles a hacer algo fuera de lo común sería como apuntarlos con el dedo. No deseaba levantar sospechas sobre sus cabezas, pues dejarían de estar en posición de ofrecerle una ayuda útil. Así que se limitaron a formar a un licántropo ajeno pero de confianza y diestro en estrategias.
Además, contaba con Davor, el consultor de datos perfecto, unas páginas amarillas con patas e información inusual. El licántropo se movía como pez en el agua en los ambientes más extraños y oscuros. Tenía buenos contactos en suburbios como Rinkeby, donde estaba su local, y también en Alby; gente que conocían los pormenores de los negocios más retorcidos y, por lo tanto, los que movían más dinero. Y lo más importante, esos conocidos suyos disponían de información sobre los licántropos bien situados que estaban relacionados con esos negocios, las víctimas más apetecibles para los extorsionadores y chantajistas.
Había aprendido hacía mucho tiempo a no volver la espalda a nada que más tarde pudiera servirle. El fin siempre justificaba los medios. Tal como estaban las cosas, tras haber conseguido llegar a aquel punto, no se permitiría dar un paso hacia atrás ni para coger impulso.
Había tenido que esperar demasiado y planear cada avance para poder ejecutar su plan: terminar con los parásitos que corroían un sistema que debería ser fuerte, siempre para beneficio de su raza. Ese era su destino desde que fue concebido.
Tuvo que emplear mucho tiempo en conocer a su adversario y su modo de trabajar. Razonar para poder hacerle frente y encontrar a aquellos que tuvieran el arrojo necesario para enfrentarse a él y toda la deshonrosa institución que había montado a su alrededor, no fue fácil. Después de todo, ese malnacido era capaz de cualquier cosa para seguir manipulando a todos a su antojo.
No todos los vejestorios que componían el órgano de gobierno estaban enterados de aquella especie de dictadura enmascarada. La mayoría llevaba calentando los bellos sillones, tapizados de rojo sangre, demasiado tiempo; acomodados a un nivel de vida superior al normal, obviaron que detrás de aquel esplendor y riqueza que envolvía sus vidas existían muchos otros licántropos que cohabitaban con problemas diarios, y cerraron los ojos a las batallas que seguían librándose en las calles contra los Infectados y otras formas de la misma calaña. No sólo eso, también habían olvidado lo que significaba el libre albedrío. Se dejaban llevar; aceptaban o derogaban leyes según la voz de unos pocos, sin ni siquiera pensar si era lo correcto o si estaban realizando la labor para la que fueron elegidos, sin preguntarse de quién o quiénes surgió la idea original del asunto que los reuniera. Se limitaban a dejarse arrastrar por el motor que más ruido hacía.
Odiaba a Fenrir, por muchos motivos, pero no cometería el error de subestimarlo. Manejaba los hilos del poder con habilidad impecable, oculto, dejando que otros disfrutaran de la fama de ser renombrados licántropos de poder y fueran la cara pública de lo que, en realidad, él disponía.
Pues bien, se encargaría personalmente de eliminar cada una de las sujeciones de esos hilos hasta hacer caer la telaraña y, con ella, al ruin monstruo que la habitaba.
Terminaría de una vez por todas con el imperio de aquel desgraciado Dominante, para poder levantar sobre él un lugar verdaderamente seguro donde regir la vida de los suyos. Así, podría ocupar el sitio que le correspondía por derecho, pero esta vez sin necesidad de permanecer en la sombra.
Lycaón, Atrox, Amarok y Anpu serían de gran ayuda. Se había encargado de colocar, por el momento a dos de ellos, en una buena posición como Alfas que eran. El problema del indio había sido mucho más complejo y peligroso, pues Fenrir iba tras él personalmente. El único modo de mantenerlo con vida fue haciéndolo desaparecer.
Creyó que el Dominante había agotado su cupo de retorcida creatividad para hacerse con el poder absoluto, pero estaba equivocado. ¡Incluso intentó crear un Wendigo! Su error fue usar a Tooanthu; un Infectado al que obligó a pasar por el execrable rito de ingerir el corazón de un Original, para obtener como resultado a un obsesivo monstruo caníbal de insaciable apetito.
Saber que Fenrir se había acercado tanto a los ritos prohibidos lograba erizarle la piel de la nuca. Por eso, mantener ocultos los manuscritos que Amarok poseía era de suma importancia, pues interesaban a su enemigo más de lo que pudo imaginar aquella noche en la que escapó antes de que todo comenzara.
En ellos, además de la profecía del advenimiento y designio, también se explicaba el procedimiento a seguir para acabar con su vida, usando el poder resultante en beneficio del asesino. Ese fue el motivo por el que, al principio, tuvo que robárselos al indio. Amarok, completamente en la inopia, podría haberlos cedido gustosamente sin darse cuenta del error que cometía.
Ahora el indio le debía un inmenso favor; su propia vida. Aunque por supuesto únicamente reclamaría su ayuda como nagual y la lealtad como compañero.
Cuando fueron creados los documentos que poseía el indio también nació otro manuscrito, cuyo conocimiento e información sólo él y su padre conocían a la perfección. Para mantenerlo a buen recaudo, lo llevaba consigo, fuera donde fuese. Hablaba sobre cómo cumplir la profecía, lo que terminaría con aquella batalla de voluntades entre el Dominante y él. Pero necesitaría la ayuda mágica de dos naguales; Amarok y Anpu.
A aquellas alturas, Amarok debía suponerlo, pues ya debía conocer su secreto mejor guardado y Anpu… A Anpu había tenido que explicárselo cara a cara.
Aún recordaba la expresión de incredulidad que mostró el egipcio antes de realizar una perfecta reverencia. Como no podía ser de otro modo esa muestra de obediencia y respeto tan trasnochada le proporcionó un buen rato de jocosas bromas a costa de Anpu, hasta que su rostro cambió para adoptar un rictus de completo enfado. Sólo entonces pudo controlarse.
No es que tuviera ningún tipo de miedo al licántropo de pelo negro y rizado con aspecto de hombre eternamente joven, pero se había ganado a pulso el respeto de muchos, incluido el suyo. No era recomendable tontear con alguien como él. Por eso lo había elegido como protector de Koram. El pimpollo iba a necesitarlo e incluso, con un poco de suerte y si los dioses estaban de acuerdo, aprendería algo.
Caminó unos metros más por las calles menos recomendables del conflictivo barrio hasta el lugar donde había dejado la Hayabusa, perfectamente asegurada para evitar el robo. Los humanos seguían con sus insignificantes y cortas vidas, ajenos a todo cuanto se refería a los licántropos.
En cierto modo, envidiaba aquella bendita ignorancia.